Solitaria está la iglesia frío y nevado el monte. Sólo un candil tras los árboles, calienta el trémulo titubear de la noche. Se oyen cánticos... Un coro infantil el silencio desea romper. Con su "Aleluya" renuncia una utópica paz, un idílico buen saber. La luz, de un parpadeo inquietante, su compás, su mensaje rehace y, regateando del monólogo los eufemismos fieles del vientre henchido, desenmascara su colorido vendaje. Y es Navidad. El candil ya todo lo entiende: que sean los niños, él pretende, que con sus voces al destino despierten más, desaparezca del Yo, su ego más impertinente. Que el nosotros, sacuda el estribillo más amable y su saber hacer revele la realidad que se consiente: guerras, vil estrategia para unos pocos, muerte y miseria, para los de siempre. Canción de Navidad, peones en masa, te celebramos. ¿Por qué no jugar al despiste siendo uno consciente para no olvidar, el final feliz de estas insaciables manos, el convivir para vivir, del resto de l...
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